Anastasio Rojo se incorporó a la investigación sobre libro e imprenta que Pedro Cátedra y yo empezamos a impulsar en 1989 desde la Sociedad Española de Historia del Libro (1989-2006). Llegó a la Magdalena para intervenir en el curso de verano de la UIMP de 1990 y –como nos había advertido un maestro común, Klaus Wagner– supimos al escucharle que era él quien tenía las claves del comercio del libro en el siglo xvi en el norte de Castilla. «Mais ce jeune homme sais tout», me comentó Henri-Jean Martin. A partir de ese momento, Anastasio fue clave en nuestros trabajos. Su conocimiento de los archivos vallisoletanos y la generosidad con que compartía los resultados de sus investigaciones eran de dimensiones idénticas.
Su investigación permitió que las nuestras pudiesen encauzarse desde otros puntos de vista, fundamentadas en la seguridad de que los nuevos datos de archivo eran el resultado de la labor científica de un experto. Sobre la biblioteca de Hernando Colón, sobre las bibliotecas de mujeres del siglo XVI, sobre los libros de Diego Sarmiento de Acuña y de su biblioteca de la Casa del Sol de Valladolid se abrieron otras vías gracias a su labor documental. El Siglo de Oro: inventario de una época, editado por la Junta de Castilla y León en 1996, fue primordial para la catalogación de las cartas del conde de Gondomar; nos beneficiamos de su labor filológica y pudimos crear puntos de acceso a una correspondencia que, sin su apoyo, hubiese perdido parte de su capacidad de información y de reconstrucción de la vida cotidiana en la España áurea. Las ferias del libro de Medina, libreros y librerías europeos instalados en Castilla y que movían los hilos del comercio y la industria librera italianos y franceses en el noroeste peninsular, el coleccionismo librario y de imágenes urbano, se analizaron gracias a él de otra manera y, a menudo, por primera vez pudieron estudiarse desde el rigor.
Sus artículos en El Libro Antiguo Español y su presencia en las publicaciones del Instituto de Historia del Libro y de la Lectura prueban la profundidad de su compromiso en nuestro proyecto de estudio sobre materias históricas de la cultura escrita. Su página web es un lugar de referencia obligatorio, además, para la investigación histórica sobre libro e imprenta y para otras materias –¡tantas!– que le interesaban, como la medicina y la alimentación y todos aquellos aspectos de la sociedad y la cultura presentes en el desarrollo del medio tanto urbano como rural. Alojarla en la página de la Real Biblioteca será otra forma de continuar un diálogo que no debió interrumpirse.
Durante dos décadas fue fiel a una cita todos los viernes y El Norte de Castilla recogió aquello a lo que Anastasio le había dado vueltas, las «Parameras», que, como homenaje póstumo, ha editado la Universidad de Valladolid y se ha presentado en su nicho ecológico, un archivo. El pasado dos de noviembre, el Archivo General de Simancas recordó que la riqueza de su perfil estaba formada por su dominio del dibujo, su tendencia al surrealismo, la capacidad irónica de su escritura y su atenta mirada a la naturaleza. Deberíamos añadir su pulso fotográfico, su sabiduría micológica y, sobre todo, su buena mano para la floricultura de la amistad.
María Luisa López-Vidriero